domingo, 10 de abril de 2011

El Neocolonialismo:

EL NEOCOLONIALISMO: LOS ESLABONES DEL “TERCER MUNDO”


Por Pausanias el Ácrata



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El sistema capitalista actual, el neoliberalismo agresivo y extremo que rige las relaciones económicas y políticas de los países de todo el mundo, se ha extendido por el globo como único sistema imperante. Su bandera es la máxima ganancia económica, pasando por encima de cualquier consideración que se desvíe de este lema. Sobre el ser humano se encuentra la economía. Bajo este entramado, interesado exclusivamente en extraer el máximo beneficio a costa incluso de la vida de los seres humanos, se debaten las sociedades que conforman las diversas naciones del planeta Tierra. La globalización responde a estas ansias. Extender este actual sistema liberal; reducir el coste de las materias primas y elevar el de las manufacturas resultantes, lo cual lleva a la total hecatombe a los países “subdesarrollados” que basan sus precarias economías en la exportación de dichas materias primas a los países “desarrollados” para que las empleen en producir bienes de consumo que a su vez son vueltos a vender a mayor coste a los países del “Tercer Mundo”. Para abaratar el coste de esas materias tan necesarias, las multinacionales y grandes corporaciones económicas, a través de sus títeres, gobiernos y sistemas occidentales, promueven guerras, golpes de Estado, y financian las dictaduras de turno para mantener el orden que garantice esa situación favorable a la economía “mundial”. Privatizaciones, incentivos, devaluaciones, empréstitos, refinanciación de préstamos, boicots,... todo vale en pro de una maximización de las ganancias y la superación continua de beneficios.



Al analizar el bloque que hoy conforma lo que eufemísticamente se viene a llamar “Tercer Mundo”, nos encontramos con un conjunto heterogéneo de países que solo tienen un común denominador: el haber sido colonias del mundo occidental. Esta curiosa, llamémosle casualidad, da que pensar. Europa conquistó América, África y Asia en una vorágine expansionista que se extendió desde el siglo XV hasta el siglo XIX para dejar paso en el ya extinto siglo XX (para América Latina la fechas se encuentran en el siglo XIX) a un proceso irreal de descolonización. Fue en ese amplio periodo, desde la llegada de los castellanos en 1492 a América hasta los estertores del siglo XIX, cuando los europeos se extendieron por el globo como un virus de desastrosas consecuencias para las diferentes naciones que encontraron en su avance. América se rindió a las ansias expansionistas de la economía europea. Allí las sociedades en diverso grado de “desarrollo” que encontraron (desde sociedades organizadas en bandas hasta estados imperialistas de corte militar) conocieron pronto las devastadoras consecuencias del “encuentro de dos mundos”. Si bien no hay que idealizar las naciones que allí se asentaban tampoco esto debe convertirse en óbice para nuestra crítica hacia el colonialismo expansivo de los castellanos que invadieron América Latina. Es cierto que mexicas, incas, tarascos, tlaxcaltecas, mayas, otomies, aymaras y una infinidad más de naciones respondían a ese común exponente de todas las sociedades estatalizadas: eran belicosos, conquistadores, con sociedades estratificadas con diferente acceso a los bienes de producción... Pero estos defectos, que, no debemos obviar, también posee nuestra sociedad occidental, no justifican el etnocidio a que estas gentes fueron sometidas. Las epidemias, los asesinatos, torturas, malos tratos, explotación, esclavización, aculturación forzosa... diezmaron y, en algunos casos, exterminaron culturas enteras. Los despojos de éstas son, aún hoy, el más bajo eslabón en las sociedades americanas. Enclavados en la pobreza que conlleva la discriminación étnica malviven en los suburbios de las capitales latinoamericanas.



La independencia de América Latina tuvo lugar bastante antes que la del resto de colonias. En el siglo XIX acceden a la independencia casi todos los países americanos controlados por europeos. Pero, como luego sucederá con el resto en el siglo XX, es una independencia controlada por una oligarquía criolla. Blancos, nunca indígenas, que cambian el gobierno fáctico de sus países pero no la situación real de subordinación económica. Los nuevos dirigentes se pliegan a las exigencias de los nuevos dueños: ingleses y norteamericanos. Estos dos países que fomentaron y apoyaron la independencia latinoamericana en pro de su propio provecho no pierden la oportunidad: una vez expulsados los españoles, su capital entra en los países recién nacidos para apropiarse de ellos y sus riquezas. Como años más tarde ocurrirá con los países asiáticos y africanos, la nueva clase dirigente se vende ante los intereses de las compañías y gobiernos europeos y norteamericano. Sacando su jugosa tajada del pastel, permiten la penetración del capital extranjero que se hace con los recursos de estos ricos países. Así no hay beneficio alguno en la recién encontrada independencia: solo se cambia de amo y se lava la cara de los occidentales. Ya no dominan el país con tropas y con agentes. Son países democráticos, elegidos por ellos mismos y para ellos mismos, mientras la mirada atenta del dólar no permite ninguna alteración del orden preestablecido. Las compañías multinacionales controlan la economía de esos países condenándoles a un permanente atraso económico y social.



Fue tras América, en el siglo XVI, cuando África conoció la penetración portuguesa, al igual que Asia. Luego les siguieron ingleses, franceses, belgas, holandeses, alemanes y, por último, italianos. El sistema mercantil portugués basado en factorías costeras, fue sustituido por la penetración belicista de las demás potencias occidentales que anexionaban sin titubeos los territorios a los que llegaban. India, China y la Indochina francesa (Laos, Vietnam y Camboya) fueron absorbidas por occidente en su avance arrollador. Hay que recordar, aunque resulte una obviedad, que estos países no existían a la llegada de los colonizadores. Fueron creados por éstos en respuesta a su mejor organización territorial para su explotación económica. En África, la situación se complicó. Allí se dieron cita los divergentes intereses de diferentes potencias europeas. Ingleses y franceses chocaron en su sueño de dominio. Portugueses y alemanes también se vieron inmiscuidos en un segundo plano, así como belgas y holandeses (estos últimos en el cono sur representados por los infames boers o africaners, como también se les denominó, perpetrando un verdadero genocidio sobre las culturas locales). Los italianos se incorporaron tarde a este festín y reclamaron su porción. Como los españoles, otra fuerza de segunda, poco sacaron. El choque de todos estos intereses cruzados, con los ingleses y franceses como mayores potencias rivales, acabaron por determinar lo que es hoy el mapa africano con esas frontera tan rectilíneas que no atienden mas que a las intenciones occidentales de repartición. Las etnias que en esos territorios vivían (muchas ya había alcanzado el Estado como forma de organización) se vieron confinadas en cárceles burocráticas territoriales. Dos culturas totalmente opuestas y rivales se encontraron encerradas en una prisión llamada país que no comprendían. Esta mezcla en un mismo territorio de culturas enfrentadas llevó y sigue conduciendo a horribles matanzas interétnicas que los occidentales no llegamos a comprender y tildamos de barbarie e irracionalidad de los “negros”. Los efectos de ese colonialismo aún persisten en los viejos territorios ocupados.



En el siglo XX las críticas a este sistema de opresión comienzan a resquebrajar los cimientos de la estructura colonial. La II Guerra Mundial terminó destrozando en mil pedazos la falacia colonial de superioridad blanca. La moral occidental que tildaba de salvajes y subdesarrollados a los pueblos conquistados en África y Asia y justificaba el paternalismo y la presencia europea en los países al frente de esos gobiernos y protectorados se ve seriamente dañada por la barbarie de la guerra. El hombre blanco es tan salvaje o más que los pueblos supuestamente “inferiores” y “atrasados”. Además, si los países europeos se enfrentan a la invasión nacional socialista alemana y a su colonialismo europeo, ¿qué justificación tienen esos que defienden la libertad de cada pueblo y país para someter a su vez a otros?



Finalmente se van concediendo independencias. Uno tras otro los países creados por los blancos europeos acceden a una independencia controlada. Parecía que el sueño explotador de Europa caía demolido por una realidad innegable: el anhelo de libertad del ser humano. Estados Unidos apoyaba fervientemente esa independencia. Todo parecía brillante y feliz. Todo retornaba a su antiguo cauce.



Pero la realidad era otra. Como bien sabemos hoy día, solo se sustituyó la forma de colonialismo. El antiguo, ese formal con tropas de ocupación y gobierno blanco, se cambia por el neocolonialismo. Se controlan las independencias para que accedan al poder gobiernos adictos a la causa occidental y sigan permitiendo la explotación del país y sus preciados recursos a las compañías occidentales. Las tropas europeas se retiran. Los gobiernos blancos se desmantelan. Se limpia la fachada, no el interior. Las nuevas elites surgidas de esa emancipación se alían con los intereses estadounidenses y europeos para mantener el poder y sus prebendas. A cambio de él, los occidentales campan a sus anchas por el país. Se privatizan los recursos, se abarata la mano de obra, se eliminan sindicatos, se recortan derechos... Si algún gobierno cambia de manos y unas votaciones se escapan al control occidental, una serie de boicots (huelgas de transportes, se le retiran ayudas, préstamos, financiación, se le excluye del comercio internacional...) ayudan a reencauzar la situación. Si esta coacción no es suficiente, un golpe de estado ayuda a devolver la calma financiera al país y las expropiaciones a las compañías damnificadas. Todo está bajo control. El capital occidental no corre ningún riesgo. La historia está llena de ejemplos: Allende en Chile, Arbenz en Guatemala, los sandinistas en Nicaragua, el FMLN en el Salvador, Vietnam, el Congo, Cuba... un sinfín de estratagemas militares y económicas que devolvieron a los poderosos el control de los países díscolos que pretendían una soberanía auténtica y un cierto grado de bienestar social para sus ciudadanos.



Este breve bosquejo del neocolonialismo solo pretende recalcar algo que a veces se olvida en la conciencia social. No vale dar una limosna a Intermón o Médicos sin Fronteras, y decir pobrecitos, que mal están. No es que Dios lo quiera así. No son países pobres por gracia divina o por una división celestial de los recursos y riqueza. Todos los países que hoy conforman ese “Tercer Mundo” tienen un enorme potencial y una ingente cantidad de materias primas y riqueza natural. Entonces, ¿cuál es el problema? Se responde que la corrupción de sus dirigentes, o con motivos raciales a este subdesarrollo. Nada más lejos de la realidad. Su clase gobernante responde a la demanda de control y sometimiento de los países occidentales y su condición étnica (desterremos de una vez la palabra raza o racial, por favor, no existen suficientes diferencias genéticas entre dos Homo sapiens sapiens como para hablar de razas diferentes) nada tiene de responsable en esta pobreza endémica. Si hay algo que no funciona es el mundo que hemos creado. Un mundo dividido en clases, países ricos y pobres, y en el cual el único motor es el económico. El beneficio de esos países supondría las pérdidas para la economía occidental y eso es algo que jamás se permitirá. A menos que luchemos porque se permita.


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