El 12 de marzo de 1947, el Presidente Harry Truman hizo al Congreso una importante solicitud. Pidió cuatrocientos millones de dólares, cantidad que quería destinar a prestar ayuda económica y militar a dos países: Grecia y Turquía.
La petición de Truman no era ningún capricho, sino más bien una decidida respuesta a una advertencia lanzada para Gran Bretaña: los ingleses avisaban que no iban a poder seguir apoyando económicamente a la monarquía griega, que estaba siendo empujada a una guerra civil contra los rebeldes comunistas apoyados por el líder comunista de Yugoslavia, Josip Broz Tito.
Haciendo suya la opinión del Subsecretario de Estado Dean Acheson, Truman insistió en que la Unión Soviética se proponía utilizar la guerra civil para dominar Grecia y, más adelante, “Europa, el Oriente Medio, y Asia.”. Cada nación, dijo Truman, debe elegir entre dos “formas de vida alternativas”: régimen democrático o terror comunista. La opción en Grecia no iba a ser distinta: había que elegir entre la democracia americana o la dictadura soviética.
En cualquier caso, el mensaje de Truman hizo caso omiso de buena parte de las complejidades de la guerra civil griega; los regímenes en Atenas y Ankara no eran sino reductos reaccionarios y autoritarios, y los intereses estratégicos de los Estados Unidos en Turquía iban más allá de la disputa ideológica que Truman puso por bandera.
Sea como fuere, el mensaje tuvo éxito y fue etiquetado como la “doctrina Truman”. Fue pronto adoptado por la prensa y el público, y el Congreso aprobó la legislación propuesta en Mayo de 1947. Convencido por las discusiones de Truman, incluso ciertos republicanos aislacionistas, como –sobre todo- el Senador Arthur Vandenberg de Michigan, apoyaron decididamente la “doctrina Truman”.
Su éxito, al menos durante el episodio griego, fue absoluto. La ayuda económica y militar americana, unida al hecho de que el dictador soviético Stalin diera una ayuda mucho más pequeña a los comunistas griegos y no entrara de lleno en el desafío político a los Estados Unidos, tornaron finalmente la balanza a favor del gobierno griego, o de la vía democrática americana, como había defendido Truman.
En julio de 1949, Yugoslavia –buscado la ayuda económica norteamericana- cerró sus fronteras a los rebeldes comunistas griegos, y tras su carpetazo la guerra tardó poco en finalizar. Su balance fue terrible: la lucha dejó más de 158.000 muertos, alrededor de 800.000 refugiados, y a Grecia al borde de la ruina económica y social.
Truman recordó más adelante que su doctrina consiguió determinar un momento crucial en la historia, y permitió a los Estados Unidos de América resistir a la agresión global del comunismo. De hecho, muchos historiadores convinieron con él en que el interés nacional de los Estados Unidos requería la existencia de gobiernos nacionales opuestos al comunismo en las zonas estratégicas del mundo, y el Mediterráneo Oriental era una de ellas. Otros especialistas, sin embargo, se opusieron a la doctrina Truman, argumentando que la poderosa retórica de Truman ocultó los elementos específicos de la situación griega, estimuló una respuesta excesivamente militarista a la amenaza soviética y, sobre todo, dio a sus sucesores un campo muy cómodo para la intervención militar en todas las zonas del mundo, desde el Caribe hasta el Lejano Oriente.
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